Y EN LA TIERRA PAZ A LOS DE BUENA VOLUNTAD / Juan Miguel Alcántara Soria *

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Cadena 8 Noticias / Opinión

Vivimos la época de la Navidad, unos con sentido religioso, más o menos intenso, otros no; unos con alegría e ilusión, otros no. El misterio de la Encarnación de Dios en la Virgen María que enseñan los cristianos en la catequesis, a partir del Evangelio, tiene celebraciones que impactan indeleblemente desde los más tiernos años. Las posadas con los peregrinos, las piñatas, el Nacimiento, el arrullo al Niño-Dios, los villancicos, los pastores, los reyes magos, el Árbol de Navidad, los regalos, se conjugan para emocionar sobremanera a los niños, y también a los adultos.
Con mis hijos vivimos un par de navidades en Madrid, allá éramos estudiantes. Pablo y Elia llegaron a tercero de primaria, María a tercero de preescolar en el Colegio Balder. Cuando salió el tema de los Reyes Magos en el cole, mis hijos con emoción expusieron que habían visto a los 3, en años anteriores, en la Cabalgata de Irapuato del 5 de enero. Y cada año les traían sus juguetes pedidos por carta. Y sobre todo, en la ocasión que sus papás los habían despertado de madrugada porque junto al Nacimiento de casa estaban los mismos magos que vieron desfilar en caballo horas antes de acostarse. A ellos les constaba haberlos visto. Una vivencia. La cabalgata de Reyes en Madrid, totalmente comercial. Tuvimos con mis hijos ocasión de celebrar las fiestas navideñas en Chile, Perú, Cuba, Egipto, Tanzania, Estados Unidos o la India. Y La manera de vivir y sentir la Navidad es muy diferente a como es en México. Los frailes que modelaron el alma popular del mexicano, particularmente franciscanos, agustinos, dominicos, mercedarios o jesuitas, encontraron en el canto, la danza y el teatro -a los que tenían buena disposición los indígenas desde antes de la conquista-, formas de cultivar los misterios.
La pedagogía de la imagen del Niño Jesús, un hermanito que nace de la Virgen, y que nos hace a todos iguales, porque compartimos el mismo Padre y la Madre celestial, nos hermana a todos, horizontalmente, en dignidad, y verticalmente, en la dignidad de ser hijos de Dios. De allá viene la enseñanza de considerar a todas las personas de la misma naturaleza, idéntico origen y fin; es igual, esencialmente para todas, el conjunto de medios para la supervivencia, el progreso y la salvación: tienen las mismas necesidades básicas y son titulares de los mismos derechos humanos fundamentales.
La realidad social, económica o política de nuestras ciudades, del país y del mundo, están lejos de reconocer ese fin común, que implica una paz o tranquilidad estables. Vemos gobernantes de diferentes países (Trump, Maduro, Petro) y de nuestro país, promoviendo odios, difundiendo mentiras, factores de división; incumplen sus deberes, generan mal común. Los violentos, los delincuentes, se multiplican y escalan sus niveles de agresión a las personas, su vida, sus libertades, su patrimonio. Los testimonios de víctimas de asaltos, robo, extorsión, cobre de piso, secuestro, desapariciones, ejecuciones, son crecientes y más frecuentes en nuestros círculos más cercanos.
Hay que insistir en que la realidad y la calidad de nuestra casa, colonia, ciudad o país, depende de lo que todos y cada uno de nosotros aportemos o dejemos de hacer. Aun el orden internacional los países también interdependen de hecho, para bien o para mal. “El bien común del género humano es valor determinante, razón de ser y justificación de la vida internacional”.
Juan Pablo II dijo que el cristiano “sabe que, en la tierra, una sociedad totalmente humana y para siempre pacificada es desgraciadamente una utopía, y que las ideologías que la hacen brillar como si fuera fácilmente alcanzable mantiene esperanzas irrealizables, sea cuales fueran las razones de su actitud… estas esperanzas mentirosas conducen directamente a la pseudopaz de los regímenes totalitarios…” De ahí que la promoción de los derechos humanos es el punto de partida para buscar una vida más humana, aquí y afuera. Por lo que el intento de la señora Sheinbaum de justificar su apoyo a regímenes que continúan violando los derechos humanos, como los de Cuba o Venezuela, es reprobable, tanto más en su hipocresía.
“Paz en la tierra a las personas de buena voluntad”